HAN DICHO DE ELLA…
DIONIGI TETTAMANZI (Cardenal)
Don Orione hoy, septiembre de 2001
"Sacarán agua con alegría de las fuentes de la
salvación", (Is. 12,3). El camino de la vida humana repite la larga marcha
del pueblo hebreo en el desierto. Es un camino pesado, en efecto; interminable en
apariencia. Porque está acompañado por un largo cortejo de pruebas, de
sufrimientos, de tentaciones. Sin embargo el pueblo canta y camina.
La experiencia histórica del resultado positivo de aquel
lejano peregrinar del éxodo bíblico, anima a los caminantes terrenales de cada
tiempo a mirar con confianza la meta celeste por alcanzar. ¿Cuándo? ¿Cómo? Todo
es incierto. Sin embargo los peregrinos de lo absoluto cantan y caminan.
Es interesante conocer el hecho de vida de una débil y
joven criatura, cuyo camino en la existencia fue breve. Pero fue un canto de
caridad percibido con claridad por cuantos le han sido cercanos, y con fascinación
por cuántos sólo se han acercado brevemente y de lejos. Las ondas sonoras de la
caridad y de la santidad tienen un dinamismo y una potencia de verdad
misteriosa.
El camino de la vida de la Sierva de Dios, Sor María
Plautilla Cavallo, ha estado marcado por el sufrimiento desde tierna edad, forjado
por la fuerza de la caridad y consumado en la completa oblación en el arco de apenas
33 años de vida, 10 de consagración religiosa. Un heroico gesto de generosidad,
mientras se encontraba gravemente enferma en su cama, por salvar a una enferma
mental subida sobre el alféizar de la ventana, coronó su vida que llegó a la
meta el 5 de octubre1947.
Provenía de la familia Cavallo, de Roata Chiusani, donde había
nacido el 18 de noviembre de 1913 y le fue puesto el nombre de Lucía. Brotó
como una de las muchas flores de su "provincia grande", Cúneo, rica
en pastos verdes, que la vio crecer pobre y simple, regada de fatigas y
sudores. La lozanía de aquella niña venía del Señor ya que, con singular
madurez, apenas con doce años, ella supo reemplazar, en el cuidado de la casa y
de los hermanitos, a la mamá muerta prematuramente, y no desdeñó duplicar las
fatigas para contribuir al equilibrio familiar en una difícil supervivencia.
Este sentido materno de generoso cuidado de los otros la
acompañó toda la vida. Más tarde, cuando los familiares alcanzaron cierta
autonomía, pudo dar libre respuesta a la voz del Señor que la llamaba a la
oblación total de sí. Respondió al Señor con la prontitud de quien está
acostumbrado a obedecer y a darse activamente, sin tenerse en cuenta a sí misma
ni a las exigencias. Voy a “hacerme santa a costa de cualquier
sacrificio", escribió en los días de la decisión.
Se hizo religiosa de Don Orione. Su campo de
contemplación y misión fue el Pequeño Cottolengo de Génova que yo tengo la
gracia de conocer bien. No me es difícil imaginarla hoy en el rostro de alguna
de sus hermanas de hábito que encuentro en aquella benemérita institución de
caridad. Una de sus hermanas de entonces ha dicho de ella: "Veía bien
todo, veía buenas a todas, atenta hacia todas las enfermas, se deleitaba en
atender a las más repugnantes. Las peores eran las más amadas por ella, las tenía
lindas y limpias, las quería felices, alegres; quería el orden. Todas querían
estar con ella. Donde pasaba esparcía el perfume del buen humor."
Entre las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad de
Don Orione se encontró a gusto y dio testimonio de aquel "recto saber” que
edificaba a sus hermanas, a los internos y a la gente que entraba en aquella
órbita. No era una religiosa extraordinaria, de las de los discursos en
público, de las catequesis bien pensadas o de emprendimientos pastorales. No.
Fue una de aquellas religiosas, como todavía hay muchas hoy, a las que se las
quisiera tener junto a la cama del hospital o como madre para el hijo
minusválido o cercana a los padres ancianos o como consejera discreta con su
escucha y sus rosarios acompañados por un convincente “confiémonos a Dios y a
la Virgen."
De aspirante o de hermana, sana o enferma, su vida puede
encontrar la síntesis simbólica en el humilde y generoso gesto oblativo del muchacho
del Evangelio que le dio a Jesús sus cinco panes y dos peces, medio de una
providencia que no venía de los propios recursos sino más bien de aquellos más
abundantes de Dios. Siempre dio 'todo' y aspiraba a Dios su 'Todo', con sincera
y sentida piedad. "La verdadera piedad, - escribió en sus apuntes de vida
espiritual -, no consiste en tantas reverencias y tantas manifestaciones
exteriores, sino en tenerla dentro, de verdad. Ser a la buena, simple. El Señor
agradece la alegría de corazón". Y añadía: "Sin esta virtud no se va
al Paraíso. El Señor juzga rigurosamente sobre esto: hacer el bien a todos, el
bien siempre, el mal a ninguno". Eran las palabras que, como bien sabemos,
tenía en la boca y en el corazón su Don Orione, cerca del cual Sor Plautilla se
formó. Alguien que conocía bien a ambos la definió curiosamente como "Don
Orione vestido de Hermana”.
Amo ver y recordar así a Sor María Plautilla, como un
"orionina" en el sentido que ha asumido este adjetivo: simple, pronta,
a la buena, toda sacrificio, de piedad sólida y encendida pero sin apariencias,
siempre activa y olvidada de sí porque era toda y sólo de Jesús.
Dionigi Card. Tettamanzi, Arzobispo
de Génova, Génova 14 de junio de 2001
SEVERINO POLETTO (Cardenal)
La vida de esta religiosa puede encontrar su síntesis
simbólica en el humilde pero generoso gesto oblativo de la viuda del Evangelio
(cfr. Mc 12,41-44). Ninguno la había notado, su gesto de dar era discreto, casi
tímido, sin ostentaciones. Pero Jesús, que se había puesto allí para observar,
quiso ponerla en evidencia justamente porque ella había dado más que todos, ya
que habiendo ofrecido dos moneditas, poca cosa, había dado todo lo que tenía.
Creo que Jesús podría decir algo más de esta “esposa”
suya que ofreciendo con totalidad ha dado a Él y a los hermanos más pobres toda
su breve pero intensa vida.
Se ha dicho que Sor María Plautilla ha realizado en sí
misma el ideal de religiosa que soñaba Don Orione, sobre todo por el estilo de
dedicación total al Señor y a los hermanos, hecha de humildad, escondimiento,
silencio, oración y exquisitez de caridad. En ella lo ordinario llegaba a ser
el espacio cotidiano de un heroico cumplimiento de la voluntad de Dios con un
estilo que dejaba transparentar toda su limpidez y riqueza interior.
Todos estamos llamados a la santidad (LG 40) y tenemos
aquí una prueba de cómo este ideal es posible aún sin hacer cosas excepcionales.
El ejemplo de esta humilde religiosa sirva de estímulo a muchas personas que
conocemos comprometidas en los varios campos de trabajo apostólico, sobre todo
en el de la caridad, y que necesitan cada vez más de testimonios para poder
creer en la posibilidad y el deber de ser santos en lo terrible y monótono de
lo cotidiano.
BRUNO
GALVANI (Historiador)
Haber dado todos sus días y tantas vigilias nocturnas, el
propio cuerpo y la propia alma al cuidado de enfermas mentales crónicas y de
epilépticas, a la limpieza y a la higiene de tantos físicos deformados, es ya
tocar el umbral de una dimensión heroica. Pero vivir aquel alienante cotidiano
en un espíritu de perfecta alegría, haciendo vida la máxima de Don Orione,
según la cual "nuestros Pobres son nuestros patrones. Tenemos
que servirlos de rodillas" quiere decir entrar en la dimensión de la
santidad.
Fue una Misionera de la Caridad que, en vez de hacerlo en
tierras de lejanos continentes, testimonió su amor evangélico en un pasillo
hospitalario del propio pueblo.